Cuento tenebroso.
El viento soplaba fuerte, Tomás de 12 años se abotonaba la chaqueta, mientras el frío se le metía por las mangas. Caminando hacía su casa, vio un pequeño resplandor en un bote de basura. Al acercarse descubrió una cámara vieja. No dudó ni un instante y se la llevó a su casa, dónde su madre y su hermana pequeña lo esperaban.
Al terminar de cenar, Tomás cogió su cámara para limpiarla y empezó a pensar en lo que sería su gran sueño en la vida. Se veía al día siguiente, yendo a la tienda de Many a comprar uno de esos rollos fotográficos, parándose en la plaza principal y sacando fotos a los turistas que pasaran. “Quiero ser fotógrafo” dijo en voz alta, y con tanta resolución se fue a dormir.
Al amanecer, se despertó, rompió su alcancía y salió con tanta ansia que olvido que tenía que ir a la escuela. Corrió a la tienda de Many, y se sentó en una banca de la plaza principal donde se percató que a la cámara no se le podía poner el rollo. Él sabía un poco de fotografía porque lo había leído en una revista del puesto de la esquina. Así que él estaba en lo correcto, el rollo debía ir dentro de la cámara, pero por más que intentaba, no había forma de metérselo.
Tomás decepcionado, se dijo así mismo “¡Esto no sirve!”. Por accidente, tocó el disparador de la cámara y por la parte de abajo salió un papel en el que poco a poco se formaba una imagen. “¡Woww!”, exclamó Tom.
Así que con singular alegría, tiró el rollo y se acercó a una pareja que estaba junto a la fuente.
-¿Puedo sacarles una foto?- preguntó.
-¡Claro!- Le dijo la pareja.
Tomás entusiasmado, tocó el disparador y por arte de magia salió un papel por la parte baja de la cámara. Tomás se las dio a la pareja, les dio las gracias y regresó a la banca. A sus espaldas la pareja observaba su fotografía y conforme aparecía la foto en el papel, ellos desaparecían. Al voltear Tomás, ya no vio a la pareja, pero sí vio su foto en el suelo. La recogió y triste se dijo a sí mismo: “Creo que no les gustó, tendré que practicar más”. Así que comenzó a fotografiar las palomas, los árboles, las bancas, todo lo que estaba a su alrededor. Él no despegaba su ojo del visor de la cámara.
De pronto Many, se dio cuenta que ya no había tantas palomas, que algunos árboles faltaban y que había más gente parada que de costumbre, intrigado se acercó a la plaza, pero solo veía las fotografías tiradas en la banqueta.
Al terminarse la mañana, Tomás regresó a su casa cansado, pero contento porque había comenzado su sueño de ser fotógrafo.
Su mamá cocinaba y su hermana regresaba de la escuela. Entusiasmado, les dijo a las dos:
-¡Quiero sacarles una foto!
-¡Ay Tomás siempre con tus locuras!- le dijo su madre.
Entonces, las sentó en la mesa, una junto a la otra y desde la puerta tocó el disparador y el papel comenzó a salir. Su madre y su hermana miraban la fotografía muy contentas, pero mientras está aparecía, su cara cambiaba radicalmente. Se estaban desvaneciendo frente a los ojos de Tomás.
Tomás, no sabía que hacer, estaba asustado, corrió a los brazos de su madre y mientras ella los extendía, él solo alcanzó a abrazar el aire. La fotografía cayó al suelo al igual que las lagrimas del niño. Agarró la cámara desconcertado, enfocó una silla y disparó. En unos instantes la silla desapareció. Tomás lleno de miedo, no sabía que hacer. Entonces corrió a la plaza principal, y se dio cuenta de lo que había pasado. Corrió despavorido hasta llegar a un río donde pasó la noche, un día y dos más.
Fue cuando comenzaba a entender porque la cámara estaba en la basura. Tenía hambre y frío, y solo quería estar con su madre y hermana. Tomó la cámara, entró al río, apunto el lente hacía el y disparó. El papel salió y al pasar la corriente, la fotografía de Tomás iba apareciendo, mientras que su cuerpo se iba con el agua.
La cámara… ella solo siguió su curso también.
Autor: Rubí Hurtado
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